miércoles, 14 de diciembre de 2011

RELATO - Una mañana de domingo

Aquí vamos con otro relato más.
En este caso es la segunda parte de un ejercicio, en una clase anterior se nos pidió que creáramos un personaje. La verdad, no tenía ni idea de que personaje crear cuando, lavándome los dientes, vi a un niño de once años con un aparato corrector en la espalda y me dio la sensación que ese niño tenía una historia que contar. Creo que fue uno de esos momentos en los que diferentes piezas inconexas de tu subconsciente se juntan y dan lugar a algo, supongo que en esta ocasión sería el que hace poco averigüé que una sobrina de un amigo necesita llevar uno por su escoliosis con que yo mismo tenga que llevar un suplemento de 14 milímetros en mi zapato derecho por lo mismo.
El relato, de unos 3.500 caracteres, sería casi una especie de episodio piloto dado que lo que hace es mostrarnos al personaje, su ambiente y posibles conflictos. Esto no quiere decir que vaya a contar más cosas con Antonio pero está abierta esa posibilidad.

Ahora los relatos para descarga:
ePubPDF

Y ahora, para variar, voy a incluir también el relato en la propia entrada por si sois de los que preferís leer directamente desde el blog.
Las piezas metálicas que brotaban de la carne de su espalda se bifurcaban y se convertían en unas enormes patas, propias de un arácnido de pesadilla. Éstas lo mantenían a más de cincuenta metros de altura, por encima de la patética humanidad, ahora convertida en meras hormigas. Los mortíferos rayos que surgían de su visor destrozaban los tanques y helicópteros que en un fútil intento mandaba el ejercito para detener su letal avance hasta la central nuclear. La gente huía aterrorizada, los edificios en llamas cubrían con un espeso humo el ambiente y nadie podía escapar de él. Había cortado todas las salidas de la ciudad, era su momento de mayor triunfo y gloria, y no existía nada en todo el universo que pudiera detenerlo.

­—¡Hierros, coño! ¡Quieres hacer el favor de levantarte ya!
Antonio abrió los ojos con desgana, miró a su hermano y suspiró.
­—¡Si hoy no hay cole! Déjame un poquito más.
—Te levantas y punto. Tengo cosas que hacer y contigo durmiendo no puedo.
—¡Mamáaaaaaaa!
Los pasos apresurados de su madre se escucharon acercándose a la puerta.
—¿Qué pasa? —preguntó al asomar su cabeza.
—Juanjo no me deja dormir —se quejó pesumbroso Antonio mientras su hermano reprimía las ganas de pegarle un capón.
—Tu hermano ha hecho bien. Anda levántate que son casi las diez y tiene que estudiar.
—¡Jo, no es justo!
—Vamos, al baño, que tu padre no tardará mucho en llegar con los churros.
—¡Viva!— gritó mientras se levantaba con una energía impropia de su cuerpo pequeño y regordete pero aún más impropia del sueño que decía tener hacía unos pocos segundos.
­Su madre se quedó mirándole con una medio sonrisa en la cara mientras Juanjo abría la ventana de la habitación.
—El Hierros debería dormir con Ana, no conmigo — le dijo a su madre.
—Juanjo, no digas tonterías y no llames a tu hermano de esa manera —, replicó ella mientras se acercaba a la cama del pequeño para hacerla.

Ya bañado y con el aparato que le mantenía recta la columna en la espalda, Antonio se personó en la cocina donde su padre acababa de echar en la fuente las dos docenas de churros. Su madre estaba terminando de colocar las tazas con el chocolate en la mesa.
—Mira que eres— le dijo ella mientras le ponía la taza del doctor Octopus delante suyo —. Siempre remoloneando en la cama menos para el desayuno. Qué sepas que la próxima vez la cama te la haces tú.
Su hermana Ana, mientras se apresuraba a coger el primer churro, miró a Juanjo con una expresión que venía a decir «Sí, claro y las ranas vuelan».

Antonio, después de la batalla tradicional por los últimos churros, que ganó como siempre con la ayuda de sus padres, cogió el nunchuk, se apretó en la muñeca la sujeción del wiimote y se dispuso a conseguir las últimas estrellas del Mario Galaxy mientras esperaba a la hora de la comida. Su padre se sentó al lado con los varios kilos de papel inútil que llevaba el suplemento del periódico ese domingo.
—Toni —dijo pasando la mano por el pelo de su «patito feo»—, como no puedes ir a la excursión del colegio de mañana te llevaré a la piscina. La monitora me ha dicho que no pasa nada y que se puede encargar de ti todo el día.
Se le tensó la espalda, notó los hierros clavándosele y deseó volver a ser el supervillano de su sueño. El día siguiente iba a ser genial, él solo con todo el tiempo del mundo para derrotar por fin a Bowser, y ahora iba a estar con Raquel, la única persona mayor a la que no daba pena y que no le pasaba una.

1 comentario:

  1. Este se entiende más que el último... Cada vez me lo paso mejor leyendo tus relatos, aunque es más villano el hermano que el chaval con sus hierros dándole cuenta a la ciudad.

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