martes, 3 de enero de 2012

Relato - Cuento de Navidad

En el curso de escritura se nos pidió que, con un marcado toque lírico, escribiéramos un relato navideño. Con mi gusto por la historia y sabiendo que la Navidad es la adaptación cristiana de fiestas paganas anteriores se me ocurrió un relato en el que alrededor del fuego el chaman de una tribu prehistórica contaba la leyenda del origen de la celebración. Este relato cuenta con todos los elementos importantes de la Navidad, los importantes de verdad, con lo que no esperéis ver al niño Jesús, a los reyes Magos o al Doctor Who por aquí.

Aquí, como siempre, dejo los enlaces para descarga y tras ellos el relato completo.
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Sentaos alrededor del fuego y dejad la comida que habéis traído para que todos la podamos saborear. Pero antes de empezar tenemos que recordar que celebramos hoy, tenemos que retroceder a un tiempo en el que algunos dicen que todavía éramos niños que andábamos a gatas, otros comentan que todavía no habíamos aprendido a cazar con nuestros hermanos los lobos pero en lo que todos están de acuerdo es que la claridad y la oscuridad, el Sol y la Luna, estaban en perfecto equilibrio. Cuando uno despertaba la otra se acostaba, uno iluminaba con su fuego la cueva celestial y la otra la tiznaba de hollín, y el hollín duraba tanto como el fuego, ninguno tenía prevalencia sobre el otro y el mundo era verde y los árboles no se desnudaban ni los osos dormían más de una noche.

Pero algo pasó que rompió el equilibrio, algo sucedió que alteró las corrientes de las alturas. No sabemos que fue. Para unos fue que la Luna vio al Sol reflejado en las aguas justo un momento antes de esconderse y se enamoró de él. Otros cuentan que una araña atrapó al Sol en sus redes. Y aún hay gentes que comentan que fue un murciélago que voló hasta la luna y le cantó al oído palabras que embelesan y la convenció de que no tenía que compartir el cielo. Fuera como fuera cada día la Luna salía un parpadeo antes forzando al Sol a esconderse un batir de alas de abeja más pronto. Y de esta manera, mientras aprendíamos a andar, el día fue haciéndose más corto, y muchas madres dieron a luz a niñas que a su vez se convirtieron en madres, hasta que se perdió la cuenta de cuantas madres había habido antes que ellas. Y así llegó un momento en el que el fuego del día solo fue capaz de alumbrar la bóveda durante apenas unos trinos, y la bóveda quedó siempre con una capa de hollín y el calor abandonó la tierra. La lluvia se convirtió en algo distinto, frío, que sepultaba la hierba con un manto blanco, las cigarras dejaron de cantar, la tristeza de los árboles les hizo abandonar sus vestidos y los osos no se despertaban de su sueño. Nosotros no nos hubiéramos dado cuenta de este cambio, pero teníamos las canciones que nos legaron los bisabuelos de los tatarabuelos de nuestros propios abuelos. Sabíamos que había algo mal en los cielos que hacía que los ríos se cubrieran con una roca helada que nos impedía pescar, que provocaba que desaparecieran los frutos de los árboles, y de que tuviéramos tanta comida como dientes un bebé.

Y así, nos fuimos buscando, nos fuimos juntando. Poco a poco todo aquel que tuviera una canción de cuando el cielo era azul se fue reuniendo alrededor de uno de los pocos árboles que conservó su vestido, y alrededor de ese árbol todos compartían su comida, el que nada tenía algo compartía, y el que mucho conservaba mucho cedía. Y alrededor del árbol limpiamos el suelo, e hicimos un fuego, y nos juntamos para comer los últimos alimentos, para darnos calor y algo de esperanza mientras veíamos que la oscuridad era total y el Sol hacia mucho que ya no salía. Y todos cantaron, todos cantamos, con una sola voz una canción de cuando el cielo era azul.

Y algo ocurrió, no sabemos que es lo que fue. Algunos dicen que nuestras canciones llegaron hasta la Luna que se dio cuenta de que el murciélago la había engañado. Otros cuentan que llegaron hasta el Sol y así pudo romper la telaraña que lo atrapaba. Y aún otros que susurran que la Luna comprendió, gracias a los cánticos, que su amor por el Sol era imposible y tenía que dejarlo marchar. Lo que si sabemos es que apareció un agujero en el hollín que dejó pasar una luz muy brillante, que no era la Luna y no era el Sol pero que anunciaba un cambio, y poco a poco el hollín fue desapareciendo, y nuestras canciones se enmudecieron ante el canto del gallo y el Sol renació.

Y ahora el equilibrio es otro, los días se van haciendo más largos mientras el Sol escapa de su amante, o de la tela de la araña. Pero llega un momento en que la Luna vuelve a escuchar al murciélago y los días vuelven a acortarse hasta casi desaparecer. Y, por eso, durante las noches más largas, nos juntamos todos alrededor del árbol que no se desnuda, compartimos nuestra comida y cantamos a la espera de que el Sol renazca. Pero esta vez sabemos que lo hará porque ahora hay estrellas que anuncian su regreso.

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